viernes, 19 de octubre de 2007

MI PATIO


Era un patio muy silencioso, sólo se oía el murmullo del agua saliendo de la fuente en forma de rana, y el rumor del viento entre las hojas amarillas de la vieja palmera. Aquella con enormes raíces donde tantas veces tropecé cuando era niña. Entonces el patio era alegre, lleno de niños jugando. Las risas inundaban todos los rincones. Paco hacía silbar las cuerdas de su guitarra por fandangos; las notas de música y el olor a azahar transformaban aquel patio en un edén paradisíaco.
Igual que el patio, silenciosa, se quedó mi alma, después de haber perdido la razón para vivir. Álvaro se fue una mañana temprano, sin despedida, sin reproches, sin gritos, sin tan siquiera un beso. Dejó una pequeña nota en la mesita de noche, empecé a leerla: “Mi vida, tengo que irme, me asfixian estas cuatro paredes...”, las lágrimas me impidieron leer el resto. Enfurecida rompí aquella maldita hoja de papel, a la vez que rompía tres maravillosos años en los que me sentí la mujer más importante del universo.
Sentada sobre mi piedra favorita en el viejo patio, intento recordar los momentos felices, pero el silencio, el murmullo del agua y el rumor del viento entre las hojas amarillas de la enorme palmera me hacen ver la realidad; el edén paradisíaco de mi relación amorosa se marchitó, se esfumó, igual que los años vividos junto a él. Intento encontrar una explicación que me libere de la culpa, pero es inútil: se acabó el amor.
Me siento igual que mi viejo patio, sola. El silencio me atormenta, pero lo que no puedo soportar es el recuerdo de aquel edén paradisíaco. Sólo me queda una ilusión: que todos los rincones de mi alma se vuelvan a llenar de risas, de notas musicales de guitarra y de olor a azahar. Ana Mª Calderón Moya.

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